Entendemos lo complejo que puede llegar a ser definir el concepto de familia, ¿contemplamos en esta dimensión a quienes comparten nuestros mismos genes? ¿O a esas personas que hemos elegido libre y voluntariamente para construir vínculos positivos y significativos? Sin embargo, cuando hablamos de una familia “tradicional”, ¿qué sucede cuando hay un padre ausente o un padre presente que en algún momento de la vida nos dejó un sin sabor?
Hablar del concepto de familia despierta en ocasiones ciertas heridas, desilusiones y pequeños resentimientos, incluso podríamos decir que una de las figuras con mayores índices de conflictos y más frecuente en nuestra sociedad puede llegar a ser la ausencia del padre. Es muy posible que esta situación te sea conocida. Que la hayas vivido en carne propia o que la hayas observado en tu círculo social más cercano.
Crecer sin padre, sin madre o sin una figura relevante en nuestra infancia debido a un hecho traumático o estresante, es algo que de no ser atendido podríamos arrastrarlo por siempre, y que deja cicatrices internas que intentamos sobrellevar haciendo uso de nuestros pocos recursos.
Sin embargo, el hecho de crecer junto a una figura paterna que, a pesar de estar, es incapaz de aportar plenitud, cariño o reconocimiento, deja corrientes de vacío en el corazón de un niño que está aprendiendo a construir su mundo, por ello es indispensable que los papás entiendan que ser padre, no solo es proveer de los recursos económicos y de sustento a los más pequeños, sino también de hacer presencia y mostrar interés en las actividades y necesidades afectivas de los hijos.
Un error tradicional y arquetípico es creer que el peso de la crianza, del cuidado y la educación, recae en la figura materna, si bien no vamos a negar su importancia a la hora de crear ese apego saludable con el cual, disponer de seguridad en cada uno de nuestros pasos como hijos, debemos ser conscientes que debe ser una tarea conjunta para no propiciar la negligencia de cuidado paterno. El padre es muy importante, y eso es algo que nadie puede negar; pero… ¿Qué ocurre cuando en el seno familiar existe un padre ausente que no establece vínculo alguno con sus hijos?
El cerebro de un niño es una pequeña “esponjita” procesadora de estímulos, y en su día a día, necesita ante todo refuerzos positivos para poder crecer de forma madura y segura. Un padre ausente genera incongruencias, vacíos y dificultad de trato. El niño espera afectos, comunicación, y una interacción diaria con la cual, abrirse al mundo también a través de su padre. Sin embargo, cuando esto no es así solo encuentra muros.
Un trato vacío y esquivo genera ansiedad en los niños, que arrastrarán hasta la adultez, lo cual generará que no sepan “a qué atenerse”, desarrollen expectativas que no se cumplen, y tienden, además, a comparar “padres ajenos” con los que ellos tienen en casa.
¿Qué consecuencias genera el no perdonar y no cerrar ciclos en la vida adulta?
La figura de un padre ausente genera en la etapa adulta desapego afectivo que nos hace ser más inseguros a la hora de establecer determinadas relaciones, tanto de pareja, con amigos y demás familiares. Podemos llegar a ser desconfiados y reticentes. La idea de proyectar una alta carga afectiva en alguien, nos produce miedo, tememos ser traicionados, o no reconocidos. O peor aún, ignorados. Sobre todo, por la frustración que nos generó el no haber podido llamar la atención de nuestro padre en el periodo de la infancia.
A medida que nos hacemos mayores, es muy posible que nos demos cuenta de muchas más cosas. Reconocemos el esfuerzo que hizo nuestra madre por suplir las carencias de nuestro padre, y de cómo, más de una vez, lo disculpó con frases como… “Ya sabes cómo es tu padre”, “No hagas esas cosas que ya sabes que a tu padre no le gustan”, “Es que tú no lo entiendes…”
¿Cómo superar las heridas del padre ausente?
Quizá, aunque has crecido, mantienes tu vida, llevas con orgullo tu armadura impenetrable, y tienes muy claro qué debes hacer al día de hoy para no cometer los mismos errores que tus padres cometieron contigo, la realidad es que guardas muchos asuntos inconclusos a nivel emocional. El vacío del padre ausente sigue ahí, y no importa si en el presente sigues manteniendo trato con él, o si ya lo perdiste, o si callas en las reuniones familiares y finges como si el pasado nunca hubiera existido.
Lo primero que deberíamos hacer es “entender”. Comprender que nuestro padre es un hombre que aunque no supo ejercer su rol de padre, porque nunca entendió muy bien su papel como persona o porque fue lo que aprendió como referente a su propia crianza, con base en sus limitaciones trató de desempeñar su rol.
Es muy posible que un padre ausente no dispusiera de adecuadas habilidades personales, de una buena autoestima, de un equilibrio interno que le permitiera ver sus errores, sus miedos y sus propias carencias. Sin embargo, tal vez lo anterior nos lleve a preguntarnos lo siguiente: ¿Justifica esto lo que nos hizo? ¿El vacío emocional que nos dejó? En absoluto, pero la comprensión, en ocasiones, nos ayuda a ajustar la realidad y a evitar almacenar más emociones negativas.
Sabes que has crecido y madurado con muchos vacíos a causa de ese tipo de educación, y de esas carencias afectivas. Sin embargo, siempre llega un momento en que deberíamos cortar el vínculo con el sufrimiento de ayer, para sanar las heridas en este presente, ya que de lo contrario seguiríamos arrastrando el malestar y repitiendo el ciclo con nuestros propios hijos.
Si no tuviste a tu padre o la versión que te hubiese gustado, lo más probable es que tu figura de apego más saludable y significativa fueran otros: tu madre, tus abuelos o incluso tus amigos o parejas a medida que crecías. Ellos quienes se alzaron como tus pilares en el día a día. Un padre no es solo el que da la vida, un padre es aquel que está presente, que acoge, atiende y guía en seguridad construyendo cada día un sendero de instantes significativos en la vida de un niño.
Para quienes seguimos arrastrando asuntos pendientes con ellos, debemos cultivar la virtud de perdonar y cerrar ciclos principalmente por nosotros y por las personas que tenemos a nuestro alrededor, llevar un proceso psicoterapéutico o tanatológico puede ser de mucho beneficio para sanar un corazón herido, sobre todo cuando esa persona físicamente ya no está.
Autor: Psic. Edwin Rivera Uscanga.
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