Psicoeducación

septiembre 10, 2021
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Cuando se produce la muerte de una mascota, se trata de la muerte de un ser amado, por lo tanto es un hecho normal y esperable que sus cuidadores atraviesen un proceso de duelo como respuesta adaptativa a la pérdida. 
El duelo por pérdida de la mascota se trata de un proceso que no hace distinción en lo referente a su impacto emocional, con respecto a otros tipos de pérdida, como pudiera ser un duelo por la muerte de un amigo o familiar muy cercano.  

No obstante, muchos de los mecanismos de apoyo interpersonal que existen en la pérdida de un ser amado resaltan por su ausencia al tratarse de la pérdida de una mascota, y no solo esto, a la ausencia de una red de apoyo se suma la minimización de las secuelas físicas, emocionales y cognitivas por parte de distintos miembros de la comunidad a la que pertenece el doliente.  

Para quien vive la pérdida, no se ha tratado nunca de “solo” un gato, un perro, etc., puesto que la compañía y convivencia diarias (en conjunto con las características particulares del cuidador y su animal) construyen una relación tan íntima y compleja como la que pudiera existir entre dos individuos de nuestra especie, con el añadido de un soporte a nuestro bienestar emocional, dado que el hacerse cargo de otro ser vivo conlleva responsabilidades y un itinerario, las mascotas dotan de un significado particular nuestro día a día. 

Derivado de lo anterior resulta de suma importancia remarcar que las redes de apoyo son un elemento fundamental en la transición del duelo, de cualquier tipo. Es por ello que quienes conformamos el círculo social de un doliente debemos ser conscientes de la importancia de nuestras acciones, lo que incluye por supuesto nuestras palabras.  

Lo que yo expreso a quien ha perdido a su mascota lleva un mensaje implícito, y este es, en primer lugar, cuán válidas son sus emociones. En el momento que digo: “Ya cálmate”, “Solo era un animal”, “Era obvio”, “No exageres”, “¿Por qué no te consigues otro?”, “Tranquilízate”, “La vida sigue”, y un largo etcétera de expresiones que, si bien pudieran provenir de un sincero interés en el bienestar del cuidador, para quien vive la pérdida son insensibles e inapreciables, pues se emiten desde una opinión personal que no tiene cabida en el suceso, desde el juicio en vez de la empatía. 

Entre las frases a evitar se encuentran: 

    • No es para tanto, solo era un animal. 
    • Era obvio, ya estaba muy enfermo. 
    • Generalmente se van antes que sus dueños, no sé por qué te tomó por sorpresa. 
    • ¿De verdad no vas a trabajar solo porque tu mascota murió? 
    • Adopta a otro para que no lo extrañes. 
    • Es exagerado que llores por una mascota. 
    • Es hora de deshacerte de sus cosas, ya no las necesitas. 
    • Llevas muchos días llorando, creo que estás exagerando. 

Quien ha perdido a su mascota no tiene nada de que avergonzarse, ni por qué mentirle a los demás sobre el suceso o evitar contarles qué pasó. Llorar, no tener ánimo para hacer actividades cotidianas, ni concentración y/o ganas de trabajar o llevar a cabo una tarea son reacciones normales al inicio del duelo. 

Cuanta más validación recibimos de aquellos a nuestro al rededor a modo de reconocimiento, apoyo y comprensión de nuestras emociones durante el proceso de duelo, más completa será la transición hacia un estado mental saludable. Entender y empatizar, son acciones que requieren una escucha atenta, nunca juzgar.  

Nuestra sola presencia puede ser el mejor aliciente y la mayor muestra de apoyo, no desestimemos su valor, ni tornemos la preocupación sincera en palabras que reducen el valor del nexo humano-animal. 

 

Autor: Psic.Adriana Rosete Viveros

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