Tengan la edad que tengan, los hijos son lo más preciado para sus padres y la pérdida de un hijo constituye uno de los sucesos más dolorosos que pueda atravesar un ser humano, por lo que el presente artículo no pretende menospreciar ni exacerbar un tipo de pérdida por encima de otras, sino reconocer y observar las peculiaridades del duelo cuando quien fallece es un hijo en edad temprana, dado que por sí misma la edad es un factor que repercute en cómo puede desarrollarse el duelo, de manera saludable o patológica.
Uno de los pensamientos predominantes es el haber perdido además incontables momentos del futuro que como padres se da por sentado que van a ocurrir: desde los primeros pasos de un bebé hasta la graduación de un joven, existen expectativas que han sido formadas, dado que es una “regla de vida” escrita en el consciente colectivo que los hijos han de crecer y llevar a cabo su vida para completar un ciclo del mismo modo en que lo hicieron sus padres. Cuando el ciclo se ve interrumpido de manera abrupta a una edad temprana, se percibe lo ocurrido como algo “antinatural”.
Pueden surgir entonces dudas, inseguridades, miedos, y frustraciones, o, por el contrario, ante el dolor que produce la pérdida se suscita un estado de negación en el que las emociones son suprimidas por ser abrumadoras para el individuo, y dado que la situación sobrepasa al doliente es posible que tampoco se reconozca como “real” lo que ha ocurrido y se mantenga la esperanza de que todo sea “un sueño” o “cuestión de tiempo” para volver a estar juntos padres e hijo, y si bien familia y amigos pueden mostrarse preocupados u extrañados es importante respetar cualquiera que fuese la reacción de los padres sin emitir juicios ni recomendaciones.
Al igual que con otros tipos de duelo, cada individuo llevará a cabo un proceso particular de acuerdo con su personalidad y contexto, por lo que incluso si ocurre una pérdida que afecta a varios integrantes de la familia, cada uno tendrá distintas reacciones, pensamientos y sentimientos acerca de la nueva realidad que se cierne sobre la familia. Por supuesto, en el caso de los progenitores y/o cuidadores primarios se reconoce la existencia de un profundo vínculo que va más allá, en tanto el hecho de ser papá o mamá de un niño u joven representa un eje central, en tanto la crianza conlleva establecer y modificar rutinas, planes a futuro, e incluso nuevas aficiones y vínculos ligados al ejercicio de la paternidad.
Y si bien es posible que la vida pierda sentido tras el impacto inicial, lo cierto es que un hijo nunca muere para sus padres, pues se trata de un vínculo tan invaluable como su vida misma. Pasados los primeros 3 meses es posible plantearse nuevamente de qué modo hacer valer el preciado tiempo juntos para honrar su memoria, recordarle más allá de la tristeza y a pesar del dolor. Incluso si el mundo ahora parece un lugar vacío o pareciera que ya no tiene sentido levantarse de la cama día tras día, siempre existe la opción de vivir y aprovechar nuestro tiempo en este mundo a nombre de quienes ya no se encuentran físicamente con nosotros.
Recordar con amor todo lo compartido, dar gracias eternas por el honor de haber sido madre/padre de quien nunca dejará de ser un amadísimo hijo es honrar la vida y permitirle trascender, porque la única muerte verdadera es el olvido.
Psi. Adriana Rosete Viveros
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Es algo tan brutal, no hay analgésicos para este gran dolor