Los cuidados paliativos

agosto 25, 2023

Durante el ciclo de la vida existe el entendimiento de qué pasado un incremento en las funciones fisiológicas, las habilidades y aptitudes del individuo, sigue un decremento paulatino que va a ser determinado por la calidad y el estilo de vida del sujeto, en lo que se denomina “la tercera edad” o vejez, culturalmente asociada a la pérdida de la salud y pérdida de autonomía.

Esta etapa del desarrollo situada a partir de los 65 años de edad se caracteriza por los siguientes cambios a nivel físico: pérdida de densidad ósea (lo cual propicia propensión a la osteoporosis), disminución de masa muscular, perdida de textura y elasticidad de la piel, adelgazamiento y encanecimiento del cabello, perdida de dientes y problemas de encías, así como problemas de visión, por mencionar algunas de las afectaciones más comunes.

A lo anterior hay que añadir el aumento en la incidencia de enfermedades crónico-degenerativas como son el Alzheimer y la demencia, artritis, diabetes, cáncer, o enfermedades del corazón, por mencionar algunas. Ante la aparición de estos padecimientos (sumados quizás a un previo deterioro físico del adulto mayor) no debe extrañar que se suscite la necesidad de emplear cuidados paliativos.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2016) “el cuidado paliativo es la prevención y el alivio del sufrimiento a través de la detección temprana y correcta evaluación, el tratamiento del dolor y otros problemas que pueden ser físicos, psicológicos o espirituales”.  Por norma general, los cuidados paliativos son una herramienta que permite mejorar la calidad de vida de las personas que se encuentran cercanas al final de la vida e individuos con enfermedades crónico degenerativas.

Dichas enfermedades producen una mayor afectación física y mental a medida que avanza el tiempo, produciendo mayores y peores malestares en quien las padece, lo que dicho de otro modo representa una progresión del dolor percibido y puede traer consigo irritabilidad, hostilidad, tristeza, decaimiento, miedo, ansiedad, apatía e incluso sentimiento de incomprensión y de fracaso e inutilidad.

Por lo anterior, es sumamente importante no perder de vista la individualidad del adulto mayor y reconocerle como lo que es, una persona con años de experiencias, vínculos afectivos establecidos, preferencias, usos y costumbres, sentido de la justicia, del éxito y el fracaso entre otros aspectos que deben ser tomados en cuenta a la hora de querer hacer cambios o adaptaciones en pro de un “mejor estilo de vida” o de una “buena calidad de vida”, primeramente como familia habrá que preguntar “¿Qué es lo que para él/ella significa una vida feliz? ¿De qué manera se siente con los cambios que ha traído la enfermedad?” “¿Hay algo que podamos hacer como familia? ¿Qué quiere ella/él que hagamos para hacer su vida más fácil?”.

Y si bien no necesariamente por entrar en esta etapa de la vida se padecerán malestares físicos u “achaques”, lo cierto es que invariablemente todos hemos de experimentar distintos tipos de pérdidas paulatinas que pueden hacer que disminuya el sentido de autonomía y cambie nuestro autoconcepto, ante lo cual la adición de este tipo de cuidados se vuelve una herramienta que permite conceder al adulto mayor una mejor calidad de vida.

Practicar la escucha activa, prestar atención a las emociones y expresiones no verbales es una manera de ayudar al adulto mayor en su proceso, recordándole que es valorado y comprendido puede ayudarle a aliviar algunos de los malestares emocionales, pues el validar sus emociones y permitirles desahogarse puede dar la pauta que necesita para externar lo que le ocasiona tristeza, enojo o frustración y de ese modo al desahogarse encontrar un estado emocional más óptimo para poder ayudar a ayudarle con la empatía y el respeto que merece.

Psi. Adriana Aramis Rosete Viveros


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