Factores de riesgo

octubre 22, 2021
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[Anteriormente en éste mismo blog se han publicado artículos que describen las características de los trastornos más incidentes con el proceso de duelo y su correlación con este último, así como el duelo complicado, por lo que se recomienda su previa lectura antes de proseguir con el presente artículo.]
Antes que nada es importante aclarar que la pérdida de un hijo constituye por sí misma un factor de riesgo, en el sentido de poseer características que usualmente determinan la probable evolución de un duelo saludable a un duelo complicado, debido a las particularidades propias del trascendimiento (inesperado y repentino) y del trascendido (especialmente si se trata de un menor de edad, y el fuerte vínculo de apego entre padres e hijos, además del rol como cuidadores y benefactores que ejercen los padres).

Pero ¿qué es un factor de riesgo? Se trata de características o cualidades de un individuo o un grupo de personas que se encuentran directamente ligadas a una mayor probabilidad de daño a la salud, entendiendo a esta última como un “completo estado de bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1948)

Y si bien es cierto que cada duelo es completamente único y multifactorial, también es posible afirmar la existencia de factores de riesgo, indicadores de una tendencia al agravamiento de las respuestas a nivel cognitivo-conductual del doliente (como son los sentimientos de culpa y desesperanza, estado de ánimo depresivo, el aislamiento social y la anhedonia [incapacidad de experimentar alegría o placer con actividades que anteriormente sí producían dicha emoción]) que en muchos casos no solo complican aún más el proceso de readaptación a la nueva normalidad que supone el trascendimiento de un ser querido, sino que conllevan un subsecuente estado patológico que pudiera derivar en alguno de los siguientes trastornos: trastornos del estado depresivo, trastornos de ansiedad y/o trastorno por estrés postraumático.

Es un hecho que los trastornos anteriormente mencionados no poseen una relación de causalidad directa con el duelo: sería falso afirmar que allí donde existe un doliente es seguro que va a presentarse sintomatología depresiva, ansiosa o traumática; sin embargo, lo que sí puede afirmarse es que los eventos y reacciones que en inicio son considerados “normales” como parte del duelo, pueden tornarse en un duelo complicado debido a la falta de atención psicológica especializada para el correcto asesoramiento y detección de los siguientes factores de riesgo:

  • Pérdida inesperada y/o violenta (accidente, asesinato o suicido)
  • Relación cercana de gran apego con la persona trascendida (entendiendo que el apego se trata de un vínculo afectivo que se da de manera natural entre dos individuos, y que no es lo mismo que una codependencia)
  • Ausencia de una red de apoyo social (se define como toda persona o grupo que permita a la persona sentirse valorada, incluida y segura con su presencia)
  • Aislamiento total de su círculo social, que no debe confundirse con el deseo ocasional de tener tiempo a solas con uno mismo, natural al inicio del duelo (puede ser involuntario al principio y propiciar pensamientos de ser juzgado e indeseado por los demás, reforzando la conducta de evitación social)
  • Antecedentes personales o familiares de depresión, ansiedad, estrés postraumático, o tendencias de personalidad poco adaptativa, es decir, disfuncional
  • Presencia de un duelo sin resolver anterior (ya sea por la pérdida de un ser querido o de bienes, una relación cercana u otros, sin importar cuántos años hayan pasado)
  • Trascendimiento de un ser querido en un momento cercano en el tiempo, o una pérdida de otro tipo (en ambos casos se trata de un antecedente con menos de 1 año de diferencia con el trascendimiento del hijo)
  • Experiencias traumáticas durante la infancia no resueltas (maltrato, descuido, haber presenciado un accidente o el deceso de otra persona, etc.)
  • Problemas personales (laborales, económicos, de pareja, etc.) al momento de trascender el hijo
  • Abuso de sustancias adictivas, legales o ilegales, así como conducta ludópata (incapacidad de controlar los impulsos reiterados de participar en juegos de azar y apostar)

En definitiva, reconocer dichos factores no se trata necesariamente de un proceso fácil, pero tampoco es algo que debamos llevar a cabo de manera solitaria, pues el contar con apoyo tanto de familiares y amigos como de expertos en la salud mental, es un modo de cuidar mi duelo, de tomar acción y dirigirme hacia la sana transición que es reconstruir mi vida.

La ausencia de un hijo es sumamente dolorosa para quien la padece, pero al reconocer en primer lugar que el dolor es algo completamente individual y personal, que no puedo forzar a quienes me rodean a asentir ni pensar lo mismo que yo al respecto, estoy dando un primer paso hacia la adaptación de esta nueva realidad que implica reacomodar mis creencias, relaciones y rutinas a una vida en la que, ciertamente, puedo extrañar al ser amado, más no por ello debo negar que la vida aún tiene momentos felices por ofrecer en el futuro (contemplando que usualmente no van a ocurrir de manera fácil ni espontánea en un inicio) pero el doliente tiene el poder de aceptar recibir ayuda de su red de apoyo e incluso (de ser necesario) de un profesional de la salud mental.

Evitar que la vida cotidiana se vea afectada es algo que solo puede llevarse a cabo trabajando en conjunto con un especialista capacitado (psicólogo y/o psiquiatra) para detectar la presencia o ausencia de cualquier factor de riesgo (ya sea de entre los detallados en este artículo o algún otro que solo durante el acompañamiento terapéutico salga a la luz) y evitar un deterioro mayor de la salud física y mental, o el agravamiento del deterioro ya existente. Recibir y pedir ayuda especializada son modos de transicionar a un estado mental que permita recordar al ser amado con amor, con todo lo que como padres se hizo con un cariño indudable y especial por él o ella, como se merecen.

Organización Mundial de la Salud (1948) Official Records of the World Health Organization, N.º 2, p. 100

Autor: Psic. Adriana Rosete Viveros

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