Todas las personas poseen un sistema de creencias (el conjunto de ideas, juicios y razonamientos propios derivados en mayor o menor medida de la interacción con el entorno y el contexto personal) que dicta qué estamos dispuestos a creer como posible o imposible, justo o injusto, y un largo etcétera que constituye la percepción misma de qué es real y, por tanto, forma parte de la vida misma (bajo los criterios personales de cada quien). Al respecto, Alex Espinoza (2014) indica que “las creencias son sistemas dinámicos y su resignificación es constante”.
La espiritualidad, el cómo se vive y se manifiesta o si se manifiesta de modo alguno en primer lugar, es parte del sistema de creencias y por ende es susceptible al cambio, y uno de los más grandes cambios en la vida es el trascender de un ser querido.
Al fallecer alguien cercano es posible que surjan nuevas ideas en torno a la muerte y la posible existencia de un “más allá” de la vida, o que las creencias preexistentes se transformen al no satisfacer la necesidad de darle un sentido al “final” de la vida, lo que refleja cuán relevante es reconocer el aspecto espiritual de la pérdida durante el proceso de duelo.
Como todo lo que forma parte del sistema de creencias, la fe y/o profesión de una religión constituye una parte fundamental de la personalidad de los individuos que determina también su manera de ver el mundo, pues toda fe conlleva un dogma que repercute en el modo de percibir a otras personas junto con sus ideas, manera de expresarse, decisiones, etc., y también puede influenciar de qué modo reaccionamos ante distintas circunstancias de la vida (enfermedad, oportunidades laborales, rupturas, etc.) integrándose consciente o inconscientemente en la toma de decisiones.
Y en tanto algunos eligen dejar de creer al atravesar la pérdida de un ser querido, usualmente en los primeros estadíos de un proceso de duelo, otros tantos eligen creer con mayor fuerza y encuentran refugio en la espiritualidad, pues allí se origina para muchos la certeza de que la “vida” es algo diferente de lo que somos capaces de ver con nuestros propios ojos. La idea de trascender cobra un nuevo significado, en tanto la vida no se acaba con el cese de todas las funciones vitales.
Si bien se trata de una decisión personal, es importante ser conscientes de que no se trata de una elección definitiva entre creer o no creer, es el resultado del contexto sociocultural, crianza familiar, personalidad, red de apoyo y sistema de creencias en conjunto con las circunstancias de la pérdida que pueden (o no) percibirse de manera distinta con el paso del tiempo debido a nuevas emociones, interacciones, conocimientos, etc.
Cuando la noción de lo que es la muerte deja de limitarse al final de la existencia para pasar a ser una continuidad de la misma, es posible desarrollar sentimientos y pensamientos adaptativos ante una nueva realidad que, permeada de la espiritualidad personal, no es tan desconocida en tanto la fe infunde la certeza de que quien ha fallecido en realidad no muere, solo trasciende.
Psi. Adriana Aramis Rosete Viveros
Referencias:
Espinoza A. (2014, Septiembre) Interpretación Pragmática de los Sistemas de Creencias en Hume y Peirce Revista de Epistemología de Ciencias Sociales Vol. 50 (101-110) Recuperado de: https://cintademoebio.uchile.cl/index.php/CDM/article/view/32947
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