Toda tradición tiene un inicio, y mientras que la mayoría festeja la vida celebrando solo el tiempo presente y futuro, existe una tradición que celebra también el pasado y une a las familias más allá de toda barrera física, como son el tiempo y el espacio.
En México se conmemora la vida de nuestros seres queridos y se homenajea su esencia mediante las festividades del día de muertos, tradición que incluye como eje central la elaboración de un altar que no solo engalana los primeros días del mes de noviembre, sino que constituye por sí mismo el puente entre dos mundos, el de quienes aún se encuentran físicamente y el de quienes se encontrarán siempre vivos en nuestros corazones.
El altar es una manera de acercarnos como familia, su elaboración tiene la finalidad de unir pasado, presente y futuro, al igual que mantener vigente de un modo más tangible el recuerdo de aquellos a quienes amamos, lo cual transmite una sensación de cercanía que puede brindar serenidad al ser partícipes de un ritual que da la bienvenida a las almas de quienes han trascendido.
Y es por ello que para muchos llega el momento de hacer “el primer altar”, aquel que lleva dolor y esperanza tras haber perdido de manera reciente a un ser querido, cuya elaboración puede ser motivo de dudas, desde el hecho mismo de hacerlo o no, hasta la composición y ubicación del mismo. Si bien existen guías que marcan cuáles son los elementos con los que “debe” de contar un altar de muertos (como los “niveles” a elaborar con sus respectivos significados, las ofrendas típicas e “indispensables” para las almas, elementos como fotos, cruces, flores y velas que cumplen una doble función de ornato y guía para que los trascendidos puedan encontrar el altar) de manera práctica lo más importante es asegurarse de que sea íntimo y personal, que el altar realmente refleje la esencia no solo de quiénes lo elaboran sino también de quienes han trascendido, y para ello no existen guías, pues se trata entonces de actuar desde el amor.
Que más allá de los objetos de la ofrenda, la decoración y demás elementos físicos, el primer altar esté lleno también de todo el cariño que nos hace valorar y honrar la vida de aquellos que físicamente no están con nosotros y, sin embargo, siempre nos acompañan, pues no se termina nada de lo que constituye su vida: anécdotas, enseñanzas, recuerdos, apoyo, tiempo y cariño, por ello lo único indispensable es valorar esta época como una de reencuentro con nuestros seres queridos, con la certeza de que mientras los recordemos, ellos nunca mueren.
Psi. Adriana Aramis Rosete Viveros
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