Vivir un proceso de duelo suele ser calificado como un suceso “complicado” independientemente de la presencia o ausencia de factores de riesgo (entendidos como las características propias del trascendimiento y/o del trascendido cuya incidencia suele ser un foco de alarma sobre el posible desarrollo de un duelo complicado). Sin embargo, cuando hablamos de dicho proceso y todo lo que le atañe generalmente se incurre en omitir la perspectiva infantil por darle prioridad al punto de vista “adulto”.
El duelo infantil posee las particularidades propias del crecimiento humano al tratarse de una etapa de aprendizajes y adaptación en donde el menor requiere especial atención y cuidado, pues, por un lado, desconoce cuáles son las conductas y actividades que se consideran correctas dentro de su contexto, y por el otro se encuentra también descifrando quién es “externamente” (identificación de las partes del cuerpo, motricidad, diferencias físicas entre ambos sexos, desarrollo y descubrimiento de aptitudes y limitantes físicos, etc.) e “internamente” (identificación, regulación y expresión de las emociones, desarrollo de la personalidad, habilidades sociales, apego, etc.).
Lo anterior constituye uno de los mayores retos para identificar señales de alerta en el desarrollo normal de un duelo infantil, pues al encontrarse en pleno desarrollo es necesario considerar los aspectos previamente mencionados antes de emitir un juicio, al igual que es sumamente importante reconocer cuáles cambios en la conducta del infante corresponden a lo considerado normal en su desarrollo, como es la etapa coloquialmente conocida como “los terribles dos” en la cual muchos padres de familia se encuentran con dificultad para lidiar con los constantes cambios de humor y actitudes desafiantes que suelen manifestarse a los 2 años de edad.
El desconocimiento de cuál es el desarrollo natural del menor suele dar lugar a expectativas e incomprensión por parte de sus cuidadores primarios, y, sin embargo, es igualmente cierto que los tutores se enfrentan a una circunstancia compleja, pues la existencia de un duelo infantil suele tratarse de una pérdida significativa para toda la familia, es decir, los adultos por su parte están pasando también un proceso de duelo, que de no ser gestionado constituye también un factor de riesgo para el duelo infantil.
Para poder proveer herramientas que ayuden a construir un estado mental sano a los niños, es necesario que la o las personas a cargo de su cuidado cuenten con sus propias herramientas en primer lugar, pues solo entonces podrán identificar cuáles son los pensamientos, emociones y sentimientos que forman parte del desarrollo humano, cuáles pueden ser producto de la pérdida y aún más importante, cuáles características son un indicador de posible duelo complicado, tanto en el pequeño a su cuidado como en sí mismo, pues es posible que como parte del dolor personal se realicen ciertas negligencias que a primera instancia no constituyen un foco de alerta, como la evitación de ciertos lugares y/o personas que para el menor pudieran ser en realidad una manera de construir la resignificación de su pérdida.
La otra cara del duelo es no perder de vista cuán compleja es también la percepción del mundo desde la mente de un niño, propiciar la expresión de sus inquietudes, miedos e inseguridades y fomentar el sano entendimiento de sus emociones a la par que se le brinda la validación y seguridad necesarias para propiciar un desarrollo saludable. De este modo, se hace lo posible por fomentar condiciones que favorezcan un crecimiento saludable, propiciando factores de protección que sirven como inhibidores o atenuantes del duelo complicado.
Por último, cabe resaltar al lector que en caso de percibir señales de una posible complicación en el proceso de duelo de un menor cuya edad oscile entre los 4 hasta los 12 años de edad lo mejor es acudir con un especialista en la salud mental infantil, pues la perspectiva especializada de un parapsicólogo puede esclarecer si se trata de una alteración en el desarrollo, si se trata de uno o múltiples duelos así como las herramientas y adecuaciones factibles por parte de la familia para encaminar el modo en que se relaciona y su manera de entender el mundo, en pro de una niñez plena.
Autor: Psic. Adriana Rosete Viveros
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