A la par del proceso de duelo propio frente al trascendimiento de la figura paterna en la familia, uno de los factores a considerar es la presencia de menores en edades tempranas, es decir, entre los 0 a 3 años. ¿Cómo viven estos pequeños la ausencia física de papá?
Antes que nada es importante reconocer la existencia de ideas preconcebidas sobre el duelo en este rango de edad, usualmente derivadas de las experiencias previas en duelo de cuidadores primarios y demás adultos que conforman el entorno de los infantes, cuyo interés por la seguridad y el sano desarrollo del menor conlleva la posibilidad de proyectar los conflictos personales respecto al deceso de un ser amado (ya sea la figura paterna u otro ser querido trascendido con anterioridad) en la situación actual de quien en realidad es una vida independiente cuya minoría de edad le confiere características diferentes del adulto.
Si bien la labor de criar y educar conlleva inevitablemente el traspasar ciertas ideas y experiencias personales, ello no quiere decir que los niños sean extensiones de la personalidad de quienes se encuentran a cargo de su crianza, por lo que todo miedo, inseguridad o sufrimiento experimentado es ajeno a ellos, y este es uno de los aspectos claves del duelo a temprana edad: reconocer que si bien son de corta edad y están en pleno desarrollo como seres humanos tienen su propia manera de entender el mundo y vivir sus emociones.
Es por ello que aun si se trata del afán de proteger, es necesario también preguntarnos: “¿Le protejo de algo que podría ocurrir dadas las circunstancias o me preocupa que se repita algo que me ocurrió a mí en un contexto distinto?”.
Una vez aclarado lo anterior es pertinente tener en cuenta las características propias de edades tempranas que definen en mayor medida el proceso de duelo, y es que se trata de una etapa enfocada en el desarrollo de la motricidad, el descubrimiento de asociaciones causa y efecto por casualidad, así como la noción de que solo lo que ocurre frente a los ojos del infante es importante, pues recién va comenzando a formarse una noción de qué es lo que existe, marcada por un “egocentrismo” que consiste en que el bebé asume que todo lo que ocurre es debido a él o ella, lo anterior de acuerdo con la teoría del desarrollo humano de Jean Piaget.
De lo anterior es posible concluir que una visión adulto-centrista es inadecuada dado que las experiencias acumuladas suelen actuar como sesgos cognitivos. Así mismo, es valioso recordar que se trata de individuos en desarrollo y a partir de ello considerar cuáles son las características particulares de su relación con papá hasta ese momento, determinar cuál es el rol de la familia y también cómo vivir el propio duelo como adultos, ya sea mediante la redistribución de roles como familia, reajustar y/o crear rutinas, ampliar la red de apoyo y un etcétera correspondiente a las particularidades de cada doliente.
Por último, también es necesario abordar el mito: “Los bebés no se dan cuenta” o “no elaboran un duelo”, pues si bien es posible que ante la mirada adulta no manifiesten “inconformidad” o “tristeza” ante la nueva realidad, ello no quiere decir que desconozcan por completo el cambio que se ha producido en el entorno, sino que expresan su duelo de modo diferente al de los adultos, acorde con su edad y la cercanía con papá y/o la importancia de este último para quienes conforman su entorno cercano.
Al estar en pleno desarrollo, la curiosidad y las ganas de conocer más acerca del mundo que le rodea, la plasticidad cerebral y el breve tiempo formando sus vínculos afectivos puede llevar a familiares y amigos a creer que existe cierto desapego o una nimia importancia asignada al trascendimiento paterno, cuando en la mayoría de los casos solo se trata del desarrollo natural del pequeño.
Lo más importante es acompañarles y gestionar del mejor modo posible una crianza responsable desde la empatía, permitir que expresen sus emociones y guiarles en este viaje llamado vida para que en el futuro sean capaces de decidir qué es lo que sienten y piensan al respecto, así como también permitirnos aprender de ellos.
Psi. Adriana Aramis Rosete Viveros
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