Duelo en infante, un tema muy importante, pero que del cual, poco se ha hablado, a veces como adultos se piensa que la responsabilidad es proteger a los niños de todo dolor evitando se enfrenten a este, sin embargo, la mejor protección que como adultos se puede hacer es pasar estos momentos al lado de ellos.
Según las investigaciones del Dr. Bessel Van Der Kolk, M.D en su libro “El cuerpo lleva la cuenta” cuando ocurrieron los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, los niños que pasaron este momento separados de sus padres, por ejemplo, en guarderías o con personas diferentes a sus padres tuvieron más problemáticas traumáticas a raíz del suceso, no obstante, los niños que pasaron por este momento acompañado de sus padres posteriormente sufrieron menos eventualidades traumáticas, la diferencia radica en el apego, aquellos niños que estuvieron junto con sus padres, se sintieron protegidos y tenían la sensación de que nada malo podría ocurrirles, biológicamente su amígdala se reguló por la presencia del padre la madre o ambos, sin embargo, aquellos que pasaron estos momentos separados de sus padres al no sentirse totalmente protegidos, el estrés del momento, y la falta de seguridad, hicieron que biológicamente su amígdala no pudiera regularse de forma adecuada, provocando un trauma, y consecuencias posteriores a causa de esto. Entendamos a la amígdala, como el aparato de alerta sísmica que los seres humanos tenemos en nuestro cerebro, específicamente en el sistema límbico, que regula la sensación de peligro, activando otras áreas del cerebro para la segregación de hormonas como el cortisol (hormona del estrés). ¿Cómo se relaciona todo esto con el duelo infantil? Bueno, cuando alguien cercano muere (Padres, abuelos, hermanos/as tíos/as) es imposible no tener reacciones emocionales, que puede llegar a hiperactivarnos como estallidos de enojo, ansiedad, desmayos, gritos a consecuencia del dolor de la perdida, o caso contrario a hipoactivarnos, tener lagunas mentales, no saber qué hacer, paralización, mudes entre otras, que los niños obviamente observan, ocultar que alguien ha trascendido y no llevarlos a despedirse de él o ella es uno de los peores errores que como adultos se pueden cometer, ya que, los niños estarán sabiendo a medias que pasa, pero no estarán con su figura de apoyo principal, o sea los padres, que
posteriormente, esto desencadenará en posibles traumas, falta de confianza, sensación de sentirse incomprendidos, reclamos posteriores hacia las figuras de autoridad etc.
La verdadera forma de apoyar a un hijo, sobrino o nieto en esta posición es hablando con la verdad con respeto, empatía y asertividad, esto causará profunda tristeza en los niños, pero, es mejor que los padres estén presentes, al final de cuentas una mentira es una deuda con la verdad, que jamás se sostiene para siempre.
Los niños experimentarán un proceso a su manera, dependiendo de los siguientes factores: edad, cercanía con la persona trascendida, participación en los rituales de despedida (cuestiones religiosas, asistencia al funeral, ceremonias etc.) desde que se tiene conciencia y hasta aproximadamente los 8 años los niños están en su etapa del pensamiento mágico, aunque asistan al homenaje a su familiar, pueden preguntar por él o ella, querer que regrese o manifestar querer ir a visitarlos, y es qué, entendamos que no comprenden en su totalidad el concepto abstracto de la muerte, a partir de los 8 años en adelante, el concepto de la muerte se tiene más cercano a como un adulto, solo que, es probable aún no se piense con consciencia clara la idea de la propia muerte, desde los 12 años en adelante ya puede haber consciencia plena. Lo importante en todo sentido, es que haya acompañamiento, escucha, comprensión y mucho amor de parte de sus familiares cercano, hay que recordar que los niños sanaran conforme su proceso se los dicte, no cuando los adultos quieran, obligar a los niños a estar bien todo el tiempo sin normalizar los sentimientos como tristeza o enojo, es una negligencia emocional. Los niños saben lo que pasa aunque los adultos creen que no lo saben, es importante entender que tampoco es culpa del adulto no saberlo, pero, si es responsabilidad tratar de darle lo mejor posible a sus hijos, y esto en materia es lo que orientamos se deba seguir.
Autor: Psic. Edwin Rivera U.
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