El dolor que una madre vive en silencio

mayo 7, 2021
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La maternidad es una experiencia compleja que una mujer vivencia frente a la realidad de sentir en sus entrañas y posteriormente en sus brazos a un nuevo ser. Es tener la posibilidad, el sueño o la expectativa de cuidar y proteger a un nuevo ser, frágil y con muchas necesidades; se podría decir que es la ruptura del egocentrismo de vida para dar paso a la universalidad del amor ágape o incondicional. El vínculo que una madre crea con su hijo le otorga un sentido único no solo a ella como madre, sino también a la familia receptora de los efectos amorosos y espirituales de esa nueva vida, sin embargo cuando la muerte ocurre antes, durante o en el periodo posterior al nacimiento, el duelo sacudo dicha identificación.

En el frío e inhumano imaginario social se puede llegar a creer que el dolor que una madre vive por la muerte de su hijo solo es válida cuando este está en una etapa del desarrollo de mayor contacto, cuando vemos partir a un niño de entre los 3 y los 12 años, un adolescente, un adulto joven o un adulto maduro, empero la muerte en el vientre materno o al momento de nacer genera el duelo perinatal o neonatal que es tan doloroso como cualquier otro tipo de pérdida; y es que es muy complicado para nuestra esfera psicológica y emocional procesar y aceptar haber sido madre como un hecho efímero y de corta duración, en estas circunstancias cae abruptamente el ideal y proyecto futuro de autorrealización como madre, lo cual es una ruptura de la continuidad generacional del legado vital que un hijo representa para sus padres, principalmente cuando era un embarazo que costó mucho esfuerzo lograr por ciertas dificultades en la concepción en cuanto a temas de salud reproductiva.

La elaboración del duelo por la muerte de un hijo está dirigida a la resignificación del yo o sentido de vida, ya que con la muerte de un hijo la madre experimenta la sensación de haber perdido una parte de sí misma también, ya que depositó el objeto del amor en ese ser (no importa la edad que este tenga) que ya no está. Este tipo de pérdida es de carácter intolerable, puesto que su aceptación equivale a la propia pérdida o pérdida de la propia identidad de madres.

Algunos aportes al duelo de la Teoría del Apego (Bowlby, 1993) o la Madre suficientemente buena (Winnicott, 1975) nos dicen que a la madre se le otorga toda la responsabilidad del destino subjetivo de su hijo/a (esto también unido a los “cuidados maternos” que la sociedad ha depositado a lo largo de las culturas en las mujeres), todo esto ha contribuido a que las madres carguen con gran responsabilidad sobre el cuidado y bienestar de sus hijos.  La gran pregunta es ¿qué sucede cuando esto no ocurre? En su Teoría del Apego, Bowlby (1993) sitúa a la madre como aquel lugar seguro y de contención emocional a la que hijo/a podrá acceder al sentirse amenazado. Esta conducta de apego proviene, según el autor, de la necesidad de protección y seguridad que posee el hombre por naturaleza; el hijo aún más, ya que precisa del “cuidado materno” para sobrevivir.

Una madre en duelo siente que ha fallado en su función de cuidado y protección, y la culpa se manifiesta no solo en el sentimiento de haber fallado en esa función, sino también de haber fallado al propio hijo/a, de haberlo desamparado. (Roitman, Armus y Swarc, 2012); Haber sobrevivido a un hijo es sentido, a veces, como un acto imperdonable debido a la creencia de que “los hijos deben sepultar y despedir a sus padres” como si esta fuera una ley de la vida; dejar de sufrir por la pérdida, es sentido como falta de lealtad, traición o abandono al hijo muerto.

La fidelidad al hijo actúa como un mandato inconsciente que obliga a mantener el contacto con él, a no dejar de extrañarlo, sin posibilidad de desligarse del objeto perdido.

Es por ello que las madres frente al dolor por la pérdida de un hijo reviven una y otra vez lo sucedido en un intento por encontrar respuestas a ese fatídico hecho, acto que muchas veces las agota. Todo tipo de duelo es importante sin embargo muchas madres relatan haber experimentado esa pérdida como una de las más fuertes y significativas, por desgracia al no ser validados por las redes de apoyo que hay alrededor, muchas madres deciden vivir ese dolor en silencio y aislamiento social.

Lo más humano que podemos hacer es brindar nuestra comprensión empática y no minimizar la validez y derecho que una madre tiene para expresar su dolor por tan significativa pérdida y de ser necesario acompañar a la persona de forma activa a lo largo del tiempo que dure la fase más complicada de la pérdida, para en caso de requerirse o incluso sin requerimiento aparente orientar a la persona a que reciba el apoyo profesional en duelo y salud mental.

 

Autor: Psic. Edwin Rivera Uscanga.

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