Una mascota muchas veces constituye no solo un animal de compañía, sino una parte más de nuestra familia, integrándose de manera particular, pues somos capaces de reconocer que en su existencia hay matices. Le vemos a diario y con el tiempo nos habituamos a su presencia, asumiendo que se trata de una constante a la que podemos dar por hecho, ya que la alegría que nos provee es especial, y no concebimos nuestro día a día sin ella.
Es así como dejamos pasar las señales, quizás porque inicialmente eran sutiles, o porque no se trataban de algo observable, tal vez incluso, no quisimos creer en ellas, o nuestros animales de compañía no dieron señales hasta que fue demasiado tarde, puesto que son la señal del deterioro de su salud.
Ya sea que su vida haya encontrado dificultades, o que se trate de un mimado compañero; es tan cierto como inevitable, que ellos viven menos que nosotros. Que sea un hecho natural bien conocido nunca vuelve más fácil la ausencia de todo lo que un compañero fiel significa, empero, lo que sí puede hacer este conocimiento es ayudarnos a decidir el curso de nuestras acciones al saber que el día en que nos haga falta ese ser especial, irremediablemente, se acerca, porque inevitablemente se nos adelantan.
Queremos lo mejor para nuestra familia, y eso les incluye. Sin embargo, lo mejor no siempre es lo más fácil, y el querer su bienestar por sobre todas las cosas usualmente se encuentra ligado a nuestra percepción humana con respecto al mismo; y si bien los animales son capaces de expresar emociones, del mismo modo que nosotros con tiempo y experiencia a su lado nos denominamos conocedores de su lenguaje corporal, no debemos olvidar que en todo momento estamos interpretando con base en nuestras emociones y pensamientos. Es por esto que el ver por nuestros animales de compañía en sus momentos más difíciles requiere un esfuerzo especial, pues es un hecho que no siempre sabemos de primera instancia qué es lo mejor para su bienestar (recordando que esto último no tan solo es lo físico, sino también lo cognitivo).
Cuando la muerte es inevitable las formas de morir importan, e independientemente de cuán genuinamente preocupados estemos por nuestras mascotas, es de suma importancia tener en cuenta lo siguiente: lo mejor para mi mascota, no necesariamente va a ser lo mejor para mí. Quizás, incluso, sea todo lo contrario, pero parte de amarlos incondicionalmente es aceptar esto.
Es por ello que cuando su salud ha decaído por enfermedad o accidente de manera irreversible, priorizar su sentir por sobre el nuestro es indispensable. Porque nunca estaremos listos para dejarlos ir, ni hay tiempo alguno que baste para “hacerse a la idea”; y, sin embargo, en ese tiempo que intentamos aplazar lo inevitable, pudiésemos haber olvidado atesorar el bienestar de un ser que lucha y se cansa, que es consciente de lo que ocurre y siente la pérdida de su cuerpo. Y si somos capaces de ver más allá de nuestro dolor, podremos encontrarnos con que una muerte digna, es señal de amor; porque morir dignamente es mejor que vivir en incapacidad y sufrimiento, que prolongar una agonía.
Brindamos cariño incondicional, comprensión y cuidados, sabiendo además que a su especial manera somos correspondidos. Un compañero de otra especie es un ser amado que no tiene comparación, y cuya pérdida puede doler tanto como la de un familiar o un amigo queridos. Es por ello que el aliviar su dolor cuando el fin de su vida se acerca, es también un acto de amor, y de honrar la vida que se ha compartido, y el sentimiento de culpa no tiene cabida al saber que hasta el fin de sus días hemos hecho no solo lo que estaba en nuestras manos, no solo lo que parecía ser menos difícil, sino lo que era mejor para ellos.
Autor: Psic. Adriana Rosete Viveros
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