¿Cómo vivir después de perder a un hijo?

mayo 5, 2023
Perder un hijo se trata de un suceso vital que descoloca la realidad y el modo en que se percibe el mundo al tratarse de un vínculo afectivo sumamente especial, pues el hecho en sí de ser madre o padre pasa a formar parte del sentido de vida de quien ha engendrado un nuevo ser humano, adquiriendo así el rol de protector y proveedor, responsable del bienestar y desarrollo de su hijo en cada una de las diferentes etapas de su vida.

Además del amor parental, se establecen metas, rutinas, y planes a futuro que naturalmente permean todos los aspectos de la vida parental: ya no se trata únicamente de las metas y objetivos personales, sino también de prever y construir un futuro para una vida que siempre estará enlazada a la propia, cuya existencia en sí misma es la cúspide del amor: el vínculo entre padres e hijos, el amor verdadero que acepta al otro por quien es, en las buenas y en las malas.

Y a ello además se suma la noción de una idea escrita en el inconsciente colectivo, pues la muerte de un hijo es algo inconcebible, que desafía incluso lo que creemos que es una “regla” acerca de la vida: naces, creces, tienes tu propia familia y “solo después” viene la muerte. Así es como hemos interiorizado que debe ser la vida, y esto nos dificulta sobremanera entender que el único requisito para morir es el estar vivo, y que la muerte por sí misma no es ni un castigo, ni una maldición, ni nada que se le parezca, sino que se trata de un fenómeno natural y es una parte natural de la vida misma.

Entonces, ¿cómo vivir después de perder a mi hijo? La realidad es que aceptar y entender lo anteriormente mencionado resulta una labor titánica en la que ni la mente ni el corazón están dispuestos a enfrentar la nueva realidad a la que se enfrentan. Es usual que entren en acción mecanismos de defensa como la negación o la represión (ya sea del evento, de la gravedad, de las implicaciones que este conlleva o de nuestro sentir a raíz de lo suscitado).

Sin embargo, la primera pauta es no forzarnos a “estar bien” asumiendo que al no expresar el dolor que supone la pérdida, este disminuirá, o que directamente dejará de existir. El hecho de no llorar ni expresar de otro modo los sentimientos de dolor y vacío no harán que las emociones dejen de estar presentes, e incluso puede que se congele el duelo, retrasando la sana resolución de las emociones.

Otra de las pautas es recordar desde el amor, mantener presente que el vínculo personal que existe no se acaba aunque la vida física haya llegado a su fin. Del mismo modo en que un padre daría todo e incluso la vida por sus hijos debido al gran amor que encierra su lazo, ese hijo daría también la vida por sus padres, y en la magnitud y la nobleza de esos sentimientos puede cimentarse un compromiso, que no es otro que el de vivir y encontrar nuevos motivos para ser felices en este mundo en honor a quien ha trascendido.

Hacer actos para honrar y servir a nombre de mi hijo puede ser una manera de sentirme nuevamente cerca y reencontrar un propósito a mi tiempo, al hacer lo que sé muy bien que él o ella querría, al contribuir a las causas que le interesaban donando tiempo o recursos, existe una continuidad para la vida de mi hijo, le permito que trascienda por medio de acciones y recuerdos que lo traen de nuevo al presente y permiten que sea tan eterno como su amor.

Psi. Adriana Aramis Rosete Viveros


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