Es posible que existan sentimientos de culpa, impotencia o arrepentimiento producto de pensar reiteradamente en cómo “hubieran” sido las cosas de haber actuado diferente, o la noción de que la vida carece de sentido al no haber aprovechado de manera distinta el tiempo junto a quien ha trascendido, pensamientos y emociones que suelen formar parte de la pérdida.
Y si bien puede existir conciencia plena sobre el daño que este tipo de pensamientos hace al mermar el estado de ánimo y la voluntad de quien lo vive, ello no quiere decir que se vuelva fácil lidiar con la carga mental, tan solo con hacerse consciente de que ocurre, ya que se trata de emociones que deben ser vividas como lo que son: una parte más del difícil (más no imposible) proceso de readaptación a la vida.
Negarse por completo a experimentar el arrepentimiento o la culpa dista de ser una “solución” dado que no se puede extinguir por completo una emoción de manera deliberada, a pesar de los esfuerzos de la psique para suprimir aquello que ocasione un estado de malestar, los mecanismos de defensa no solucionan ni modifican aquello que causa ansiedad, estrés, temor, frustración, etc.
Al reconocer qué cuestiones no supimos abordar de la mejor manera y qué aspectos personales condujeron a ello (como pueden ser orgullo, apatía, dificultad para manejar el tiempo, mala comunicación, priorizar otros asuntos, etc.) se les da el valor correspondiente a los asuntos sin resolver, como parte ya no solamente del pasado sino también del presente y futuro al aceptar en qué modo afectan la toma de decisiones y modifican la visión que se tiene acerca del mundo, de los demás y de mí mismo.
«Felices y sabios aquellos que se empeñan en ser en esta vida tal como les gustaría ser en el momento de su muerte. Empéñate en vivir así ahora para que la muerte te encuentre feliz y sin miedo».
(Kempis).
Psi. Adriana Aramis Rosete Viveros
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