Perder a un hijo conlleva un duelo que requiere especial atención para poder evitar que se torne en un duelo patológico debido al lazo especial de madres y padres, que implica un sentido de responsabilidad (a veces absoluta) sobre el bienestar de sus hijos que puede empañar nuestra visión de los hechos y transformar las ideas, sentimientos y decisiones con base en el dolor.
Además, en el caso de una pérdida perinatal se trata de una fuerte ruptura de las expectativas, sueños y planes familiares al verse interrumpida de manera sumamente pronta el inicio de la vida del nuevo integrante, por ello es frecuente que surja la duda “¿Cómo afrontar el duelo perinatal?” Al vernos enfrentados a una realidad que no solo es inesperada sino, además, desgarradora.
En primer lugar, debe tenerse en cuenta que es necesario darle su lugar al dolor, como familia puede existir la primera reacción de guardar silencio y no tocar el tema por miedo a “provocar” más dolor en los padres, algo que si bien puede venir de pensamientos bienintencionados puede cohibir el desahogo de las emociones, un elemento necesario y una de las tareas del duelo que permiten que este se desarrolle saludablemente.
Además, es importante ser receptivos y empáticos, aceptar que las emociones pueden variar no solamente de un día a otro, sino también de un momento a otro como primera respuesta, especialmente en el periodo de los primeros 3 meses tras la pérdida. Aceptar de antemano que puede haber cambios de ánimo y de opiniones puede ayudar al individuo a aceptar estos momentos en lugar de generar culpa y autorreproche por experimentar algo que (en realidad) ocurre naturalmente dadas las circunstancias.
Por supuesto, cabe desatacar que nadie puede realmente afirmar que experimenta el duelo del mismo modo que otro individuo al tratarse de un proceso completamente individual y personal, sin embargo, el contar con apoyo de familiares, amigos e inclusive de grupos de apoyo es una alternativa que no debe descartarse, pues, en estos momentos es más importante que nunca que el doliente sea capaz de reafirmar que no se encuentra solo en su proceso.
No se trata únicamente de contención emocional, sino de validación: si el entorno reconocer la importancia de lo ocurrido, al igual que de sus secuelas, entonces es posible hablar acerca de lo que se está viviendo y por consiguiente, también será posible hacerse cargo de ello, trabajar con lo que se siente y con lo que se piensa en esos momentos difíciles sabiendo que existen personas que están dispuestas a apoyar de un modo u otro.
Esto se vuelve determinante al abordar los sentimientos de culpa, que suelen ser especialmente difíciles para la madre, a quien se le considera como “la portadora de vida”. Debido a roles y estereotipos sociales, es posible que ella asuma una perspectiva en la que lo ocurrido se trata de una “carencia” “debilidad” o “error” por parte de ella, algo que se encuentra completamente alejado de la realidad, incluso en los casos donde existieron complicaciones del embarazo.
La realidad es que existen circunstancias que son impredecibles y desafortunadas, y que incluso cuando todo puede haber marchado bien, aparentemente pueden existir complicaciones espontáneas, imposibles de controlar y de modificar, por lo que es de suma importancia que familia y amigos sean el constante recordatorio de que la muerte ni es un castigo ni es culpa de nadie, pues si dependiese de una madre nunca se perdería un hijo, y es así como ellos siempre viven en el corazón como una vida invaluable.